De fijo no me equivoco en
los ingredientes, tal vez me desvíe algo en la dosis, que como bien se sabe es
la que hace el veneno y me falta por ver con qué pinceladas de los
enfrentamientos entre dirigentes que estos días saltaron a la luz se habrá
visto aderezada la jornada.
Entre medias, una nutrida
representación de la sociedad civil zamorana, de los empresarios, los
sindicatos, el mundo del deporte, la cultura o los servicios sociales. El del
asociacionismo en su conjunto, que con sus más y sus menos, sus brillos y sus
sombras, sus valentías y mediocridades, sus valores y sus carencias, como los
políticos que nos rigen, son ni más ni menos que el reflejo fidedigno de la
sociedad que somos..
Entre todos ellos y todas
las palabras. Entre la pompa y la naturalidad. Entre el desgaste de las
intenciones y el polvo de las ejecuciones, algún frescor y bastante naftalina,
personalmente me quedo con los alcaldes y de entre ellos con los de los pequeños
y medianos municipios, si es que en nuestra provincia no tenemos que considerar
que todos los municipios somos pequeños.
Me quedo con quienes
ejercen cada día de alcalde y de alguacil, de encargado de mantenimiento y de
oficina de quejas y reclamaciones. De auxiliares del médico o de la Guardia
Civil. De árbitros y de serenos. Telefonistas, fontaneros y electricistas. Me
quedo con los alcaldes y alcaldesas y con sus concejales, de gobierno o de
oposición, que tienen el santo valor de dar la cara por la mejora de ese trozo
de tierra al que el destino los vino a dejar, a ellos y a los padres de sus
padres. Los que sostienen los andamios de unos pueblos y comarcas ya
desangrados en una provincia que mientras envejece dormita y se le escurre de
entre los dedos al dios Progreso.Claro que no todos son iguales, ni todos puros, ni siempre castos o santos. Pero eso me da igual. Son los muñecos del pim, pam, pum de tirios y troyanos. Los apoyos útiles. Indígenas a los que otros, pocos mejores que ellos, tratan de colonizar con baratijas, palabras vanas y cuentos viejos. Ellos, casi todos a estas alturas -y yo- ya sabemos que el escepticismo es virtud. Pero si en algo es digno creer, en esta política bastarda a la que hemos llegado, es en ellos.