domingo, 25 de marzo de 2018

Historia y memoria

Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de la Historia ha manifestado que “manipular el pasado es propio del pensamiento totalitario”. Lo ha hecho en referencia a la retirada de una estatua dedicada en Barcelona al empresario y naviero Antonio López porque comerció con esclavos. Algo absolutamente reprobable. ¿Se equivoca entonces Iglesias al cuestionar la decisión del Ayuntamiento de Colau? Así planteado, aquí y ahora, cualquiera diremos que sí, la estatua de un esclavista no es tolerable. 

No obstante la Asociación Catalana de Capitanes de la Marina mercante niega tal acusación de la que dice que no existe prueba alguna. A la vez, fue alguien que realizó una gran labor social y como mecenas en diferentes ámbitos de la cultura en Cataluña, Gaudí o Verdaguer entre otros, y otras partes de España, o que fundó entre otras empresas la más importante naviera española y una de las mayores de Europa.

La de López es la anécdota. La categoría -y es la llaga en la que Carmen Iglesias pone el dedo- es si es legítimo y sobre todo si resulta enriquecedor o empobrecedor, clarificador o manipulador, releer el pasado con los ojos del presente. Y reescribirlo. Aplicar la ética ideológica actualmente dominante a algo que ocurrió cuando el contexto social, histórico y cultural sustentaban un paradigma ético-ideológico completamente distinto. Así planteado ya no es tan evidente que sea intolerable la pervivencia de ciertas huellas del pasado por mucho que individualmente podamos denostarlas. 

Esta dialéctica, que se permite sin demasiada acritud cuando nos referimos a vestigios provenientes de hace más de un siglo, no se tolera cuando se trata de la memoria histórica proveniente del franquismo y la Guerra Civil. Cualquiera que discuta, siquiera de soslayo, la aplicación extrema de las normativas que se van proponiendo al efecto, pasa a ser automáticamente tachado de fascista, normalmente por quienes tratan de imponer, como denuncia Iglesias, su pensamiento totalitario. Los vencedores siempre han escrito la historia, guste o no, tiempo e historiadores van centrándola paulatinamente y dándole objetividad.

Tratar de cambiarla de extremo a extremo décadas o siglos después, aparte de banal y estúpido, es manipulador, empobrecedor y muy peligroso. Con la ejemplar transición española y la Constitución se cortó en lo esencial con la herencia de la dictadura. En esos años se eliminaron la simbología más importante del antiguo régimen y el corpus legislativo que chocaba con la democracia liberal que nos dimos y que el mismo anterior régimen propició con su autodesmontaje tras la muerte -en el poder- del dictador. No poner un límite a las acciones “equilibrantes” de la memoria histórica lleva al absurdo.

Roma sigue plagada de placas, inscripciones y recuerdos del fascista totalitario Mussolini. A nadie se le ocurre tildar por ello de fascistas a los socialistas y comunistas que no los han eliminado cuando han gobernado. Justo lo contrario que ocurrirá, por ejemplo, en Zamora a quien proponga que Carlos Pinilla, uno de los escasos políticos benefactores de esta provincia, siga dando nombre a una pequeña calle.

domingo, 18 de marzo de 2018

Ars Curae

Si la música, como sabemos, ayuda a curar las heridas del alma, todos los años, y van dieciséis, la ciudad del alma que, en verso de Claudio Rodríguez es Zamora, recibe por estas fechas un tratamiento intensivo de la mejor calidad. 

Durante este fin de semana vivimos una nueva edición del Festival Internacional de Música Pórtico de Zamora. El mismo que nació de aquel primigenio Pórtico de Semana Santa y que en cada una de las dieciséis ediciones que lleva celebrándose bajo la inspirada batuta organizativa de Alberto Martín y su equipo, ha ido sabiendo mantener un programa de primer nivel nacional e internacional, en un mundo tan complicado y exigente como el de la más noble música.

Arte que cura, en la más querida para mí de las iglesias del románico zamorano. Nacida en el siglo XI, reconstruida en distintas ocasiones con el paso de los siglos -otra pétrea metáfora de los avatares del alma del hombre-, cosidas y restauradas sus humildes piedras por manos humildes para ensalzar a lo que nos supera y trasciende. Arte que cura, acariciando con los dedos, peinando con los arcos, tensando con el vibrar de las cuerdas, golpeando con la percusión de las teclas, la aguda y vívida presencia de las laceraciones que el camino causó en nuestra carne mortal, en nuestra inmortal alma. 

A la vez que Toro rinde su homenaje a Jesús López Cobos en su definitivo regreso a la ciudad, en el corazón de la iglesia de San Cipriano, junto al capitel de la expulsión de Eva y Adán del Paraíso, se fusionan arquitecturas. Arquitectura sólida, de piedra no menos desnuda que erosionada por el tiempo. Arquitectura fluida, en el desgranar de notas que construyen obras majestuosas, universales y atemporales. Arquitectura etérea en el público espectador que, llenándose de medicina musical, sale de sí mismo y se eleva sobre el camino que traza el pentagrama para fortalecer y agrandar su castillo interior. Sin música la vida sería un error, predicó Nietzsche. 

“Ars Curae”, medicina, arte que cura, el título bajo el que este año se celebra un Pórtico que, pese al escaso número de entradas a la venta, atrae a nuestra ciudad a un buen número de melómanos venidos de toda España. Es en torno a la cultura, a nuestro patrimonio, el más antiguo, más sólido y más íntimo, en torno al cual Zamora debe construir su futuro. También en torno a lo más moderno y contemporáneo, en el brillante catálogo arquitectónico contemporáneo, en los dramáticamente desaprovechados fondos de Baltasar Lobo y León Felipe, en un museo Etnográfico no suficientemente potenciado. 

El sector turístico, principal fuente de abastecimiento del PIB español, está migrando de ofertar destinos a ofrecer experiencias. Hilo de Ariadna al que esta vieja y envejecida Zamora ha de aferrarse para salir del ciego laberinto y reconstruirse antes de ser definitivamente engullida por las fauces del monstruo del tiempo.

domingo, 11 de marzo de 2018

Asombro bajo la cama

Reconozco reducida mi capacidad de asombro en el ámbito político, pero a veces, como con el culebrón del botellón en la noche del Jueves Santo, aún se despierta. Sabemos que la política hace extraños compañeros de cama. También, en ocasiones,   extraños compañeros “bajo la cama”. Así ocurre con la postura conjunta, por pasiva, no por activa, del gobierno municipal Izquierda Unida-PSOE y del gobierno central del PP a través de la Subdelegación en Zamora.

Meterse bajo la cama es tomar una postura de equidistancia, falsa por definición, entre la reclamación por un lado de los vecinos de la zona y el sentido común de la mayoría social de la ciudad y por otro de aquellos que van a participar en él. Meterse bajo la cama es aludir a que no se prohibe “porque no existen alternativas”, como hemos escuchado -con asombro- en los últimos días a los miembros del gobierno municipal.  O a que no se puede actuar en defensa del orden público “porque no está convocado oficialmente” como hemos leído -con asombro- que ha manifestado el subdelegado del gobierno. Meterse bajo la cama es dejarlo todo al albur del anuncio de que se va a emitir un Bando, a modo de brindis a la luna casi llena que iluminará, si las nubes lo permiten, esa madrugada, pidiendo “colaboración, respeto y convivencia durante esos días”. Se supone que dirigido, aunque casi nadie lo lea, a todos los zamoranos -asombrosa equidistancia de nuevo- y también a los visitantes, que ninguno de los de esa concreta noche leerá.

Lo anterior es asombroso, como lo es que solo una fuerza política con representación municipal, Ciudadanos, haya roto la equidistancia para ponerse del lado de los vecinos que, especialmente esa noche pero también muchas otras a lo largo del año, sufren y padecen los efectos del botellón. Pero y lo dejo intencionadamente para el final, nadie habla de lo más obvio: Que no es necesario prohibir algo que ya está prohibido por las leyes estatal y autonómica y por la ordenanza municipal. No hay que prohibirlo, solo evitar que se produzca algo que es ilegal.

El botellón nació en ciertas zonas de Madrid y en la plaza mayor de Cáceres. Allí lo presencié, en un fin de semana estival de hace unos cuantos años, en compañía de mi esposa. Como hormigas, cientos de jóvenes y adolescentes llegaban por las calles que confluían en el foro. Unos con botellas en bolsas, otros las tenían en los maleteros de vehículos previamente estacionados en la misma plaza. Parecía incontrolable. Un día el Ayuntamiento decidió no seguir incentivando con su pasividad el acceso indiscriminado al alcohol por parte de los menores ni tolerando los otros efectos del botellón. Acabó con ello. 

Nada hay que prohibir más allá de lo que ya está prohibido. Solo evitar que se produzca y, como en el resto de los casos, sancionar el incumplimiento de la ley. El resto, en verso de Bécquer, “bobería, ladridos de los perros a la luna”.

domingo, 4 de marzo de 2018

¡Música maestro!

Tratar de reducir algo tan amplio y complejo como la vida humana, el desarrollo individual y la interacción social a un solo concepto, idea o abstracción como definición es tan absurdo como imposible. Pero entre aquellos elementos diferenciales de la especie humana con respecto al resto de los seres vivos que poblamos el planeta, un puesto en la cúspide lo representa la cultura. La capacidad que la humanidad ha desarrollado para poner en común aquellos códigos universales que componen la creación cultural, el arte en su más amplio entendimiento.

Llegar a la determinación de un canon de belleza y proporción, como los escultores de la antigua Grecia o en el Renacimiento. A una sincronía en la combinación de los colores. A un ritmo en la composición poética desde los primeros cantos de gesta y epopeya. A una armonía y un “tempo” en la composición musical. Todos son, distintos y uno solo, elementos esenciales a la vida en civilización, en los que apenas nos fijamos por parecernos tan obvios y “naturales”. Podemos recorrer cualquier rincón del mundo y momento de la historia y encontraremos manifestaciones culturales en apariencia diversas pero que al final responden a las mismas pautas físicas y matemáticas.

Es seguro que el, aún por descifrar, código fuente del universo responde a las mismas normas estructurales que la longitud de onda de los colores, las reglas universales del cálculo matemático, la proporción y el equilibrio inamovible de la escala musical, la frecuencia de onda de la actividad neuronal y el ritmo cardiaco y la tensión de circulación sanguínea por nuestras arterias. Así ocurre también con el desenvolvimiento de los ciclos naturales, con la velocidad de crecimiento de nuestras uñas o cabellos, con la fotosíntesis de las plantas y la forma, nada caprichosa, y el acompasado ritmo de crecimiento de raíces, tallos y hojas de los árboles.

Pareceré borgiano -ojalá-, si manifiesto que tener los conocimientos para dominar alguna de esas ramas del conocimiento natural más primigenio, más esencial al mundo y al hombre es una de las carencias que más echo de menos en los vastos territorios de mi ignorancia. Pero que técnicamente no seamos capaces de dominar las matemáticas, la física, la pintura, la arquitectura o la música, no nos impide disfrutar, embebernos y sentir hasta la médula cualquiera de las manifestaciones con las que otros, más afortunados, nos pueden transmitir el gozo de la cultura.

Jesús López Cobos, dedicó toda su vida a trasladarnos con el leve batir de su batuta esa sabiduría y esa emoción íntimas que nos hace más humanos, mejores humanos. Por ello debe ser nuestra gratitud y reconocimiento, más allá del orgullo por que un paisano haya triunfado en todo el mundo. “La música es amor buscando palabras”, escribió Lawrence Durrell. “El tipo de arte que está más cerca de las lágrimas y la memoria”, la definió el admirado Oscar Wilde. “En verdad, si no fuera por la música, habría más razones para volverse loco”, el atormentado Tchaikovsky. A todos los músicos: Gracias por la música.