domingo, 24 de abril de 2022

Cuanto más pequeños más ruines

Con la provincia de Zamora encabezando un año más las tristes estadísticas de pérdida de población y de envejecimiento de los que aquí vamos quedando. Con la menor tasa de población activa de España y con la inmensa mayoría de nuestros más jóvenes y los mejor preparados de entre los nuestros emigrando y casi huyendo a la búsqueda de oportunidades laborales y profesionales, nuestro empresariado parece haber decidido no quedarse en azuzar o criticar a los políticos que no sirven para impulsar Zamora o, al menos, para que la voz de Zamora se oiga fuera de aquí. 


Más bien al contrario, los representantes institucionales del empresariado han decidido imitar el espectáculo común de división, luchas intestinas y guerras domésticas en una Zamora en la que no hace falta concertar agendas, ni siquiera hacer reuniones formales para verse, comentar y buscar los puntos en común en ámbitos en los que si no es por razones puramente de protagonismos personales difícilmente se pueden encontrar motivos para el disenso.


Si hay un ámbito en el que se necesita la unión es precisamente el de la parte de la sociedad civil que representa institucionalmente la trama productiva de una provincia cada vez más improductiva. La que genera empleo y riqueza. La que debe contribuir a promover el emprendimiento, la competitividad y la excelencia. El que ha de actuar como vanguardia para el cambio de actitudes de una provincia donde, según datos del Círculo de Autónomos y Emprendedores de Castilla y León (CyLCAE), los jóvenes aspirantes a funcionarios públicos superan cinco a uno a los que sueñan con emprender algún tipo de actividad empresarial o como autónomos, ratio que casi se duplica cuando los preguntados no son los jóvenes sino sus padres. Ello pese a que por la escasez de oportunidades laborales somos la provincia con mayor tasa de autónomos en proporción al conjunto de población activa.


Zamora 10 es un instrumento útil. Si no olvida su sentido, la mejor iniciativa no política que se haya tomado nunca en esta provincia. Contamos, y no son muchas las provincias que pueden decirlo hoy, con el privilegio de mantener una entidad financiera apegada a la tierra y comprometida con su desarrollo y la búsqueda de futuro como es Caja Rural. Comprometida con cada zamorano que necesita financiación o respaldo y al frente de la cual hay un director general que está muy por encima de la media de lo que estamos acostumbrados a ver, disfrutar o sufrir en esta provincia. Contamos con un pequeño pero buen elenco de empresarios que han sabido encontrar los caminos para generar riqueza y empleo. Algunos conocidos públicamente, muchos casi desconocidos para el común de los ciudadanos, pero que diseminados por nuestra geografía innovan cada día y dan esperanza y trabajo.


Que todo esto, por incompetencia, malos entendidos, egoísmos o ambiciones no seamos capaces de aprovecharlo nos lleva una vez más a lo que no deberíamos ser, en una frase que a veces le escuché a mi padre: Cuanto más pequeños más ruines.


domingo, 17 de abril de 2022

Botellón y respeto a Zamora

Ni es complemento de la Semana Santa ni es inevitable. La desidia que preside nuestro ayuntamiento no puede seguir mirando para otro lado, ni en Semana Santa ni en el resto del año, ahora, que tras la pandemia volvemos a poder tomar la calle con tranquilidad y libertad. El botellón no es una necesidad de los jóvenes porque no tengan otras alternativas. Tampoco es algo que venga de toda la vida. En Zamora no llega a quince años su antigüedad en el caso del macrobotellón del parque de San Martín de Abajo, al que el escaso gusto de nuestros actuales gobernantes locales han convertido (aún no sabemos exactamente a qué precio), en el parque adefesio de los faroles de colorines. 

A los pies de nuestra muralla, en uno de nuestros lugares históricos, junto a nuestros principales activos turísticos y culturales. No se actuó en prevención porque según dijo el alcalde Guarido esta semana, nadie había convocado botellón para la madrugada del Viernes Santo. No se actuó en mitigación de los efectos en cuestión de suciedad, afección a las zonas verdes, molestias a los vecinos, consumo y trapicheo de drogas y excesos en el consumo de alcohol -en algunos casos requiriendo atención médica-, por mayores y menores de edad porque el dispositivo de vigilancia y control anunciado por el alcalde en el último minuto era tan estrecho que no llegó a verse. Tan estrecho como la línea que separa a veces la gestión pública de la inacción ante lo indebido y la persecución a quien cumple y aporta un servicio.

Mientras a los hosteleros que pagan sus impuestos, crean puestos de trabajo y se esfuerzan por dar un servicio a la altura de las circunstancias se les obligaba a eliminar las terrazas incluso de zonas en las que no afectaban al libre paso procesional o a la ubicación del público, nuestro gobierno local, en San Martín, Santo Tomé y distintos puntos del Casco Histórico y del río echaba la vista a otro lado ante el consumo de alcohol en la vía pública. Algún día, tras algún trágico acontecimiento, alguien tendrá que responder judicialmente por el consentimiento activo de comportamientos ilegales. Porque después de todo lo dicho, lo peor son los efectos para la salud, física y mental, de nuestros jóvenes por mucho que algunos concejales luzcan más que oculten sus preferencias por la ebriedad.

Para la trasnochada progresía, incompetente, rancia y reaccionaria, que sufrimos en Las Panaderas, es más oportuno eliminar la representación municipal, incluso de funcionarios públicos, en los actos de nuestra más importante manifestación cultural y turística, además de religiosa, que mantener la ciudad limpia, engalanada y en orden para disfrute de los zamoranos y recepción de los miles de visitantes. El sectarismo es lo que tiene, obtiene el apoyo de los incautos que confían en el bien para utilizar el poder contra ellos y en beneficio solo de una ideología que, siendo minoritaria, imponen aplastantemente. Olvidan que nos representan a todos, no solo a quienes les votaron y mucho menos solo a quienes comulgan con su ideología totalitaria.

domingo, 10 de abril de 2022

De vuelta

Quién nos iba a decir a los zamoranos que llegaría un día en el que la noticia iba a ser “este año se celebra la Semana Santa”. En tiempos de ruptura de la normalidad recuperar rutinas suena a la bendición de cruzar el umbral de la puerta de una casa con chimenea una noche de lluvia y viento invernal. En la calle, en estos días previos y primeros se percibía con la mezcla de expectación e ilusión que acompañaba al niño que sabía que el Domingo de Ramos iba a estrenar ropa (en los tiempos en los que estrenar ropa era un acontecimiento). Pero no sin una cierta dosis de escepticismo, como si no termináramos de creer que la normalidad, no la nueva, sino la única que merezca llamarse tal, va volviendo poco a poco a asentarse entre nosotros.

En la ciudad con más mascarillas por metro cuadrado allí donde no son obligatorias ni siquiera se recomiendan ya, las tradiciones perduran más que en ningún otro sitio. Nuestra numantina resistencia a los cambios opera también como fatalismo y temor a todo lo que esté por venir, presumamos que pueda ser bueno o malo. La Semana Santa, sin embargo, un año más va a ser un soplo de aire fresco para una provincia envejecida y una ciudad enmohecida por la dejadez, la desidia y el desinterés de sus regidores municipales.

Lo mejor será el retorno de tantos y tantos zamoranos de distintas generaciones que vuelven a su ciudad y provincia del alma por mucho que sea incapaz de atraerlos y retenerlos con carácter permanente. Lo mejor también, un año más, sentir cómo la ciudad entera se viste y se inviste en organizadora a corazón abierto de, posiblemente, la mejor Semana Santa de España, o al menos en la que mejor se conjugan escenario y representación. Estemos orgullosos de ello. Lo mejor, por último, la llegada de miríadas de visitantes, algunos reiterativos, otros por primera vez, a descubrir que hay un rincón en el corazón de España que merece la pena conocer, disfrutar y vivir.

Lo peor, comprobar cómo la ciudad no se ha preparado para aprovechar la más importante cita de atracción de visitantes. Cómo la suciedad es la etiqueta que  lucen muchos de nuestros rincones más representativos. Cómo las pintadas se instalan y permanecen como elemento de degradación de nuestro paisaje urbano. Cómo el deterioro de algunas calles, infraestructuras y mobiliario urbano nos lleva a una imagen rancia, vetusta y deplorable como no se veía hace décadas. Cómo nuestra hostelería y el comercio en otro tiempo boyantes sufren los efectos de las crisis y la pandemia de forma aún más agravada que en otras ciudades que conocemos o de las que los visitantes llegan.

La Semana Santa estará a la altura y brillará con luz propia porque, polémicas aparte, se trabaja con sentido y sentimiento por miles de zamoranos entregados a ella. La ciudad, y por primera vez escribo estas palabras después de 15 años como columnista,  pese a su impronta arquitectónica y al trabajo que unos y otros hicimos en ella durante años, no.

domingo, 3 de abril de 2022

Ciudad abandonada

Anunciaba hace unos días el equipo de gobierno municipal que la empresa adjudicataria del nuevo contrato de recogida de basuras y limpieza viaria “anticipará” dos meses el momento de prestación del nuevo servicio. “¡Enhorabuena, alcalde!”, he leído en redes sociales en algunos comentarios de ciudadanos de bien y en bastantes perfiles creados al efecto desde el entorno del gabinete de alcaldía. Me sumaría a la enhorabuena de no ser porque el anterior contrato, que firmé yo en el año 2000, veintidós años han pasado, tenía prevista una vigencia de diez años y la opción de una prórroga por cinco más. 

Lo siento, señor Guarido, no puedo darle la enhorabuena por una ciudad sucia, dejada y maltratada. No cuela el timo de la estampita, el tocomocho político al que nos tienen acostumbrados. La política de los anuncios y no del trabajo. La de la propaganda y no la eficacia. La del acoso al discrepante y la opacidad ante la oposición y los vecinos.    La de los plenos telemáticos, aún a estas alturas, porque la mejor forma de cortar la voz a quienes no se dedican solo a aplaudir es a través de una pantalla y no dando la cara como debe hacer aquel al que mayoritariamente los zamoranos le han dicho por dos veces seguidas que sea el primero de ellos.

Anticipar dos meses, tras casi siete años siendo alcalde. Con el mayor contrato de la ciudad vencido desde el mismo año en que ocupó el sillón. Con los contenedores dando pena en cada rincón de la ciudad y asco en los barrios más alejados del centro. Sin papeleras en las calles. Sin barredoras mecánicas en funcionamiento por llevar años averiadas. Con camiones que pierden más aceite que basura recogen. Sin baldeos ni limpieza con las frecuencias debidas porque a pesar de las advertencias técnicas y vecinales usted y sus concejales prefieren tener las tardes libres antes que dedicarle a la ciudad el tiempo que Zamora requiere y su futuro necesita. Anticipar dos meses la renovación de un contrato que lleva veintidós años en vigor y debería llevar mínimo siete renovado no es para lanzarse muchas flores como un César romano sino para preocuparse cuando las ratas salen a la superficie. Y tampoco en esta ocasión puede echarse ya la culpa a los anteriores y los anteriores a los anteriores o a decir que no sabía cómo estaban las cosas precisamente quien es el concejal del ayuntamiento de la capital que más años lleva ocupando puesto.

La púrpura, el halo de los césares, la gloria de los votos, sirven para dar alas cuando el político llega al puesto y que éste se convierta en impulsor de cambios y transformaciones para la ciudad. En artesano y líder de un equipo político que llega con él y técnico que ya está en la casa, para hacer que la ciudad funcione, que los servicios públicos respondan a las necesidades de los ciudadanos. Cuando ya no es así y la responsabilidad se convierte en carga es mejor irse. Porque la apatía de un alcalde solo lleva al abandono de una ciudad que no se lo merece.