En términos médicos
paroxismo es el agravamiento extremo de una enfermedad. A estas alturas pocas
dudas pueden caber de que nuestro sistema de convivencia está aquejado de un
severo cuadro clínico, nuestra democracia mucho más enferma de lo que quienes
ocupan el estatus dirigente en lo político, lo económico y lo mediático quieren
dejarnos ver.
En ese contexto, la
sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre la doctrina Parot no supone más que la
aparición de un nuevo brote de descomposición institucional y moral en nuestra
sociedad. No por la sentencia en sí, por más que discutible que a algunos nos
parezca su argumentación -como bien ha expuesto el ponente en su día de la
sentencia que dio origen a la ahora cuestionada doctrina, no se puede condenar
la misma basándose en el principio de la irretroactividad de la ley penal
desfavorable para el reo, pues nunca hubo tal retroactividad pues nunca hubo
cambio legislativo, sino simplemente cambio de criterio interpretativo
jurisprudencial de la misma ley-, sino por la falta de reflejos del anterior y
el actual Gobierno de España, cuando hace tiempo que se conocía por dónde iban
a ir los tiros (frase hecha que no encaja mal en este asunto) del Tribunal y la
penosa reacción política actual tras confirmarse los peores augurios.
Es cuestionable que las
sentencias de tal Tribunal sean vinculantes para el Estado español, más allá de
que su no cumplimiento pueda suponer una cierta reprobación moral (que hablando
de lo que hablamos no parece sinceramente lo más importante). De hecho,
sentencias ha habido del mismo Tribunal que han sido completamente obviadas
(caso Rumasa por ejemplo). Y más que cuestionable es el automatismo que se le
quiere otorgar frente a muchos otros presos condenados a cientos o miles de
años por crímenes horrendos y repetidos, que pueden obtener ya una libertad
para la que son un gran peligro. Claro que la ley penal es ideológica como lo
es el criterio interpretativo que en cada momento histórico se sigue de cada
precepto, por eso no cabe que el Gobierno se lave las manos ante el hecho de
que sean los postulados más de izquierdas los dominantes.
Rajoy respondió que llovía mucho cuando le preguntaron su
opinión, aunque ante la indignación de la calle y los votantes, ha ido variando
su postura pública. Y esta misma semana se reunía en secreto con Rubalcaba, lo cual no hace sino acrecentar las
sospechas de que la actuación del Gobierno viene determinada por una
negociación oscura y siniestra con los terroristas por parte del PSOE y
secundada por un PP que continúa perseverando concienzudamente en el divorcio
entre sus dirigentes y su cuerpo electoral.
Todo ello exteriorización
de un sistema enfermo, debilitado por la corrupción, falto de democracia y
transparencia en sus instituciones vertebrales y huérfano de referentes éticos
e institucionales. Razones más que suficientes para que España salga a la calle
y no sólo en apoyo a las víctimas.