domingo, 18 de agosto de 2019

En volandas

No es el verano la peor época para recordar que sumergirse en la lectura de un buen libro -o no muy bueno pero entretenido- no es menos refrescante que huir de los rigores de las altas temperaturas lanzándose al agua de la piscina, zambullirse entre las olas del mar o dejarse acariciar por la brisa fresca de la montaña.

Quien de vez en cuando lo hace no solo nota la satisfacción, a veces casi física, de adentrarse en otros tiempos, otros mundos; en rincones recordados o desconocidos del la geografía y de los sentimientos y la naturaleza humana. Es impagable la sensación de libertad de apertura de mente y de miras que la lectura de un libro puede reportar. Palabras al viento que llevan en volandas y juegan con el lector a poco que éste se empeñe en desentrañar los secretos que se esconden tras la hábil combinación de esa caja fuerte que son palabras y frases compuestas en un orden y con una intención determinadas.

Los libros son magia y detrás de la magia siempre hay un mago. En este caso muchos, el escritor, el editor, el librero o el bibliotecario. Al final de todos ellos, podremos decir como en el Romancero Viejo le ocurriera al rey Don Fernando refiriéndose a Zamora, un rincón se suele olvidar, el de los conductores-bibliotecarios del Bibliobús que dedican su trabajo a acercar los libros a los habitantes de las zonas rurales más alejadas y a los escolares de los colegios. 

A uno de ellos, José Crespo, sus compañeros de toda España lo premian por treinta y seis años de dedicación a esa tarea que, conociéndolo desde hace muchos años, presumo que no desempeña como un trabajo sino como un privilegio. La próxima vez que lo vea le preguntaré al respecto. Indagaré, como en una novela de misterio, si el estímulo que reciben sus dedos sobre el volante al cerrar las puertas de su vehículo cada mañana y encaminarse a su primer destino es similar al que llega al pasar página cuando la narración alcanza su cenit. 

Otro bibliotecario, Jorge Luis Borges, escribió: “De todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación”. 

Eso llevan José Crespo y sus compañeros hasta las manos, los ojos y las mentes de sus destinatarios y las traen de vuelta tiempo después, aún más vivos, rumbo a sus siguientes depositarios temporales. En volandas por carreteras sinuosas y excitantes como una buena trama literaria, las rimas de un poema o las sensuales formas de un cuerpo femenino.  Extensiones de la memoria y la imaginación. Felicidades, Jose.

domingo, 11 de agosto de 2019

El relato

Quien conquista el relato tiene la victoria en su mano. Así ocurre en estos tiempos postmodernos en los que la posverdad se extiende como una mancha de aceite sobre la superficie social. ¡Uff! tanto “pos” como “pos-tureo” nos invade y cuánto palabro he tenido que incluir para apenas un par de líneas de texto veraniego.

La batalla por “el relato” centra la actualidad política e inunda el campo de los medios de comunicación, aunque entre políticos y medios de comunicación cada vez se distingue menos qué es antes, si el huevo o la gallina. Es una batalla que pivota en torno a palabras clave que han de ser seleccionadas con mimo e introducidas hábilmente en el imaginario colectivo. 

No importan los hechos, los fundamentos de éstos o sus consecuencias y derivaciones, importa el relato. El qué y cómo se cuente algo que, con frecuencia, en nada se parece a la fría y cruda realidad. Por ejemplo, no importa que no se haya hecho ni el más mínimo intento sincero por negociar un acuerdo de gobierno ni hacia el centro ni hacia la izquierda radical, el relato es que unos y otros han adoptado una posición de bloqueo que hará responsables  a todos -y a todos a la vez- de tener que volver a las urnas. A unos por no permitir un gobierno  (del PSOE) que dicen sería progresista y abocar al riesgo de -otra posverdad que han conseguido introducir- las tres derechas. A otros por no permitir un gobierno (del PSOE) que dicen sería moderado y no dejar más salida que buscar los brazos de radicales e independentistas.

En la izquierda la piedra filosofal es “progresista”. Sánchez lo repite una y mil veces para transmitir que el único gobierno que puede traer progreso es el que él tiene que presidir ante la silente admiración de los demás. Progresista es lo que desde el tufo totalitario repiten una y otra vez Iglesias y cada uno de los trozos de su puzzle que, sumergido en todos los privilegios del sistema, presume de ser antisistema.

Define la RAE posverdad como distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad, añade. Le falta añadir que los medios de comunicación en su configuración actual y sobre todo las redes sociales son terreno abonado, fácil y de alcance casi universal para que la posverdad, que no es sino una demagógica forma de decir la mentira, se expanda con la viscosidad del aceite.

Vivimos pues, en una era distinta, también aquí, en una ciudad donde los errores son siempre de otros y, -porque sí y porque yo lo valgo- solo unos son los buenos y todos los demás los malos. Una ciudad donde hasta el derribo de un edificio se hace “con mimo” obviando que eso, en sí mismo, es una contradicción en términos absolutos. Todo sea por el relato

domingo, 4 de agosto de 2019

Silencio

Buscan los sabios del autoconocimiento las fuentes sanadoras del espíritu humano con el mismo fervor con el que Livingstone recorrió África en busca de las del Nilo. Y cuanto más profundizan en su estudio por unos y otros derroteros de la mente, con más frecuencia se encuentran con cuevas que ya habían sido descubiertas y exploradas.

Una de las últimas corrientes y no parece que descabellada trabaja sobre la fuerza medicinal, recuperadora, regeneradora, salvadora, del silencio. Descubren hoy lo que los monjes de todas las culturas y tradiciones filosóficas hallaron y vienen practicando a lo largo de siglos y milenios.  El silencio y la soledad.

Nunca antes como ahora hubo ruido permanente en nuestras vidas. Ruidos externos cercanos, del tráfico, de las multitudes, del hablar por hablar, de la tecnología que nos rodea por todos lados. Ruidos lejanos, que nos llegan a través del teléfono, de los medios de comunicación, Internet, las redes sociales. Ruidos que nos hacen estar en permanente conversación con el mundo que nos rodea y con el más distante. 

La realidad es ruidosa y la ficción se abre hueco a base de ruido. No recibimos cartas reposadas por el silencio de los días o semanas que antes transcurrían entre quien la enviaba y su destinatario y que podían leerse sin más distracción que el sonido al rasgar el sobre o desdoblar la cuartilla. Ahora son correos electrónicos cuya inmediatez sugiere la palabra en presente de quien lo ha enviado, la respuesta inmediata de quien lo recibe y alrededor un montón de ruido electrónico, de ondas y vibraciones electromagnéticas, de teclas y clicks del ratón.

Así, sobre todo en el entorno más común a los tiempos modernos, el urbano,  pueden pasar días, semanas o meses sin poder juntar unos cuantos segundos de silencio pleno y real. Siendo así el exterior, cómo conseguir detener el tiempo y esponjar el espacio para alcanzar el éxtasis del silencio interior. Conseguirlo es cada vez más buscado, reconocido y valioso pero más difícil. Basta entrar en un lugar silencioso para que apetezca hablar o poner música, o generar cualquier tipo de ruido. Basta que alguien vea a otro con vocación de silencio para que le pregunte si le ocurre algo. Es suficiente con alejarse unos días de las redes sociales, los grupos de WhatsApp o de la exposición pública para que otros empiecen a preguntarse si ocurre algo fuera de lo normal.

Cómo adentrarse de verdad en el silencio si ejercicios tan simples como los anteriores se convierten en tan complicados de realizar. Y sin embargo, nos dicen, se puede disfrutar del silencio tanto como de la pieza musical preferida, de un aria de María Callas, del golpeo del agua contra la piedra en verano o de una voz amada. Cuestión de actitud. Hubo unas semanas hace algún tiempo en que lo único que me confortaba mínimamente era entrar en casa, quitarme toda la ropa y pasar horas, haciendo lo que fuera, en el máximo silencio posible. Disfruten el silencio.