domingo, 28 de febrero de 2016

Eco de Borges

No soy capaz de recordar si llegué antes a Eco o a Borges pues en mi personal imaginario literario son contemporáneos en su nacimiento allá por los años 80. Más bien creo que, en mi caso, el discípulo precediera al maestro. El Nombre de la Rosa es, probablemente, una de las primeras novelas “adultas” que recuerdo haber leído. Si bien el libro que lanzó a la gran fama al erudito Umberto Eco se publicó en 1980, no fue hasta diciembre de 1982 que se editase traducido a nuestra lengua. Calculo por tanto en la primavera del 83 su llegada a mis manos.

Esto poco importará a quien lea esta columna, pero es bien sabido que quien escribe, no pocas veces lo hace para sí mismo. Hace una semana que el italiano nos dejó, en este año en el que se conmemora el trigésimo aniversario de la muerte del argentino en un último paralelismo, entre ambos. Otro día escribiré cómo llegué a Borges, o cómo llegó él a mí, más bien. Desde entonces fui encontrando en las letras del argentino el continente en el que se recoge todo lo que antes había leído y todo lo que después leí.

Pienso que Eco también defendía ese presupuesto en su obra. No sólo porque uno de los protagonistas de El Nombre de la Rosa, Jorge de Burgos, bibliotecario de la abadía en la que se desenvuelve la trama, no es sino la representación de Jorge Luis Borges. Ambos ciegos, eruditos, hispanos y bibliotecarios (Borges lo fue durante buena parte de su vida, de la Biblioteca Nacional en Buenos Aires) de una biblioteca que en el italiano responde en la forma a una de las obsesiones del argentino, el laberinto.

Los lectores nos descubrimos en los libros que nos alcanzan y disfrutamos; yo, entre otros pero por encima de todos los otros, me descubrí y me redescubro leyendo a Borges. En El Aleph, en Ficciones, El Informe de Brodie o en Otras Inquisiciones, encuentro el punto que contiene todos los puntos del universo que Borges, en El Aleph ,halla en la escalera de bajada al sótano de la casa de Beatriz Viterbo.

Fuera después, o probablemente antes, en la primera novela de Eco y en lo que después leí de él, seguí descubriendo a Borges incluso sin saberlo. Antes de conocer que su trama se inspira en La Muerte y la Brújula, otro relato borgiano, leí tres veces la novela del italiano. Ahora sé que habrá una cuarta. El subconsciente tiene sus peculiaridades. Adso, protagonista y narrador en la novela de Eco afirma no saber si lo que ha escrito realmente es de él o sólo una repetición de sus lecturas. Sostiene Borges que podemos tener nociones de libros aún no escritos. Un narrador puede recordar obras ajenas sin siquiera darse cuenta de ello o hasta sin haberlas leído jamás. Les recomiendo a Borges… y a Eco.


domingo, 21 de febrero de 2016

La viga en el propio

Los escraches ya no son lo que eran hace tan solo unos meses. Antes se suponía que eran una de las mejores formas de plasmar la democracia y la libertad de expresión, “protestas necesarias, que indican la vitalidad de una sociedad que se defiende ante una situación injusta”. Algo que “hay que comprender, respetar y analizar. Son ejercicios del derecho de protesta. Es algo correcto, está bien y es necesario”.

Ahora que es el jefe de seguridad del Ayuntamiento de Madrid quien tiene que aguantar, y no estoicamente, la protesta de un grupo de policías municipales, resulta que los escraches no son tan respetables, sino “un ataque a una persona que representa a una institución que recuerda, más bien, a actos de grupos fascistas”.

Nada nuevo bajo el sol, solo una mera escenificación teatral de aquello de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio. Viga que con su desfachatez habitual ni quieren ver ni quieren que veamos. Y se pregunta uno si así van a regenerar nuestra democracia, a sanear nuestras instituciones, a hacer transparente y limpia a nuestra sociedad. 

También aquí llueve sobre mojado, cae agua sobre el charco de la gran mentira que es Podemos y su grupo de farsantes líderes. Es verdad que la porquería que desborda de las encorsetadas estructuras de los partidos tradicionales dan pie al surgimiento de la esperanza en torno a cualquiera que venga a agitar el árbol, a hacer caer las hojas secas y hasta las ramas podridas. Pero la vía no puede ser un partido alimentado por dinero de dictaduras extranjeras. No puede ser un partido que ha hecho del nepotismo generalizado el criterio único de selección para los puestos más importantes en aquellos ayuntamientos que gobiernan. No han de serlo alcaldes como el de Zaragoza que hacen solo lo que antes cuestionaron y además lo justifican con desparpajo, o como las de Madrid y Barcelona y sus grupos de sectarios acólitos que salvo a ellos mismos, no ven más que enemigos a diestra y siniestra y hasta en sus más cercanos territorios ideológicos. Guarido se lo acaba de decir, bien dicho. No rivales o adversarios, sino enemigos indignos.  

No necesitamos salvapatrias ni revolucionarios cuyo único ideal es el totalitarismo y la abolición de las principales libertades individuales. No necesitamos advertencias de Gulag, ni frentismo violento y manipulador que quiere recuperar ochenta años más tarde el trágico absurdo de la intolerancia de la segunda República, de la revolución totalitaria del 34, de los asesinatos políticos del 36 o de una Guerra Civil en la que España luchó contra España. España murió a manos de España y España mató a España, desembocando en cuarenta años de dictadura oprobiosa para cualquier nación. 

Son tolerancia, centralidad, diálogo y democracia lo que necesitamos y eso no es Podemos quien lo trae, por grande que sea la viga en el ojo propio.

domingo, 14 de febrero de 2016

Bufonada política

Voy contra mi interés al confesarlo, es el primer verso de la Rima XXVI de Gustavo Adolfo Bécquer,. Más en prosa, las palabras con las que empezar esta columna si fuera a escribir “en crudo” lo que me sugiere la pseudo-reunión del viernes entre el aún presidente del Gobierno de España y el máximo aspirante a sucederlo. O de la foto que inmortalizó el (des)encuentro. Metáforas del callejón sin salida al que cada ciertos años, en cumplimiento de una rueda diabólica, parece estar condenada nuestra nación.

Bécquer, como Larra y el resto de nuestros “románticos” precedieron a los “noventayochistas” y a otros que vinieron después en el pesimista análisis sobre nuestra capacidad para buscar las salidas adecuadas de determinadas encrucijadas históricas y que, a lo largo de los siglos, configuró ese abrupto sentimiento trágico de la vida cuya aura ha rodeado a nuestros más significados intelectuales. 

El pueblo español, de mejor o peor manera, con más rapidez o retardo, ha sabido caer y reponerse en un rosario de ocasiones a las adversidades de la historia y a la melifluidad de muchos de sus reyes y gobernantes. El español, como pueblo antiguo que es, mide su tiempo en eras, mientras que sus dirigentes menos dignos vienen y se van en menos de lo que se tarda en escuchar una de esas ya famosas ondas gravitacionales de esta semana de la no-reunión y de la perfectamente evitable foto.

Quien ostenta la dignidad de presidir una nación de cuarenta y cinco millones de habitantes y quien aspira a presidirla no pueden llevar dos meses convirtiendo un simple hacer el memo en su táctica de enfrentamiento político, escudándose en pueriles argumentos para no hablar y negociar o negándose saludo y cordialidad.

Olimpo y torre de marfil son dos buenos pedestales para escudriñar la verdadera naturaleza humana. Allí se ve a unos crecer y alcanzar dimensión universal e intemporal; a otros menguar y retorcerse hasta ser polvo que se lleva el viento. El poder termina exponiendo el alma verdadera de quien lo ostenta. El ejercicio del poder y el juez que es el tiempo discriminan a los estadistas de los corifeos de ópera bufa.

Eso fue lo del viernes, una bufonada que ni España ni los españoles merecemos. Merecemos políticos a los que les hierva la sangre por los problemas de los ciudadanos. Por el paro, por los jóvenes sin esperanzas, por la manipulación de las instituciones, por la ausencia del respeto a la Constitución y nuestro marco de pacífica convivencia, por las miles de situaciones injustas, por la corrupción y el abuso. No merecemos políticos que sólo se enfadan cuando uno llama al otro indecente y el otro al uno ruin. 

No son dos nombres y cuatro apellidos, tampoco unas siglas. Son un presidente y un candidato a presidir una nación. La nuestra. Voy contra mi interés al confesarlo…o quizás no.


domingo, 7 de febrero de 2016

Merecer un gobierno

Escribe Borges en el prólogo a su libro “El Informe de Brodie”: “creo que con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos”. Con independencia de que la expresión sea una “boutade” al estilo borgiano, casi cincuenta años más tarde de esa feliz escritura y tal y como están las cosas,, parece que los españoles somos ya ese escalón avanzado en la civilización en el que estamos a punto de merecer vivir sin gobierno.

Mientras ese merecimiento llega a consagrarse, no nos queda otra que aspirar a tener gobierno aunque éste no sea el que más nos guste a cada uno, sino el que menos nos disguste a la mayoría. Y aquí tropezamos con nuestros fantasmas del sectarismo patrio, de la intolerancia y de la vanidad y la soberbia que tan bien alimentan la falta real de transparencia y participación política.

Con un Rajoy grogui, mal aconsejado y peor acompañado, negándose a dar un paso a un lado -tampoco adelante o atrás- para que el PP pueda tener una opción de negociación más allá de la insuficiente suma de los escaños de Ciudadanos hemos perdido un mes. Con un Sánchez que no ve o quiere hacernos creer que no ve que no es posible mezclar el agua con el aceite, o sea a Podemos con Ciudadanos, vamos camino de perder un segundo mes y probablemente tras él otros dos más hasta una nueva cita con las urnas o hasta la culminación de la única combinación que le puede dar el poder, la del pacto con Iglesias y los independentistas. 

Seré utópico a fuer de ingenuo y atrevido al defender que solo hay una opción real de gobierno razonable. La renuncia, en beneficio de España y de sus partidos, de Rajoy y Pedro Sánchez a presidir el gobierno y la configuración de un pacto en el que ambos partidos más Ciudadanos elijan presidente del gobierno a otro candidato del partido más votado o bien a un independiente admitido por las tres fuerzas políticas para llevar a cabo un programa intensamente reformista y modernizador en el fondo y marcadamente sensato en la forma.

La suma de PP con Ciudadanos no basta salvo que se abstenga la bancada socialista. La suma del PSOE y Ciudadanos, teniendo enfrente por un lado a todas las izquierdas y a los nacionalistas y por otro al PP, es tan raquítica que, además de imposible investidura por la necesidad de abstenciones ya negadas, no aportaría estabilidad alguna al gobierno de la nación. 

Así que aquello o de nuevo las urnas a la espera de alguna sorpresa. Aquello o lo más probable (solo si a Iglesias le interesa), el gobierno del PSOE con Podemos. Sin duda un desastre para España, pero una solución en la que, aunque solo sea presidente unos meses, Sánchez ya será ex-presidente para toda la vida. Y no me negarán que, merecido o no, eso viste un montón.