domingo, 3 de marzo de 2024

Los pellones y la cutrez

Entre 1991 y 1996 España fue un escaparate en el que cada la corrupción se exhibía a ritmo cada vez más acelerado. Con los fastos del 92: la Alta Velocidad ferroviaria y la Expo en Sevilla y las Olimpiadas en Barcelona pareció darse el banderazo de salida para que todos los golfos, truhanes y ladrones del país afloraran, fuera cual fuera el puesto en el que estuvieran ubicados y nos dieran decenas de jornadas de infame gloria. En homenaje al Consejero Delegado de la sociedad pública de gestión de la Exposición Universal, Jacinto Pellón, íntimo amigo del entonces presidente del Gobierno, Felipe González, el pueblo, que habitualmente es más listo que sabio, creó una nueva medida monetaria denominada el “pellón”, representativa de mil millones de las antiguas pesetas -seis millones de Euros actuales-.


El pellón se refería a cada mil millones de pesetas de sobrecoste de obras, de desviación presupuestaria, de despiste de dinero, de robo, apropiación indebida o cualquier otro tipo de corrupción de los muchos que hubo en aquellos años. La construcción de las vías del AVE, la adquisición de los trenes (vagones a un fabricante y locomotoras a otro distinto, que así había dos sitios de los que tirar). El papel para imprimir el BOE. Los cuarteles de la Guardia Civil. Los fondos de la Cruz Roja. Televisión Española. El dinero de la lucha contra el terrorismo y del GAL y un largo etcétera. Así, ministerio a ministerio un rosario de trinques y delitos con los que cuando las noticias no tenían la inmediatez de lo digital, nos sorprendían cada día periódicos y emisoras de radio.


Pero llegó el 93 y a pesar de todo Felipe González volvió a ganar cuando se le daba por derrotado definitivamente. Entre el 93 y el 96 continuó el incesante goteo de asuntos de corrupción hasta su derrota ante José María Aznar. Aún así una derrota más ajustada que los que todos los indicios apuntaban. Ahí descubrimos como nación que quizás por nuestra huella genética mantenida desde los pícaros del siglo de oro y seguramente desde mucho más atrás, España no castiga la corrupción de sus dirigentes con el mismo ímpetu moralista con el que se hace en otros países. Buena muestra de ello la permisividad social y hasta el compadreo con la corrupción institucionalizada son dos insignes ejemplos: el robo indiscriminado y generalizado de las estructuras del PSOE y la UGT con los ERE andaluces, 676 millones de Euros ya contabilizados y la estructura mafiosa del “tres per cent” a la sombra del independentismo catalán de la familia Pujol y Convergencia y Unió, hoy Junts y compañía.


Nos acordamos poco de aquellas circunstancias, salvo por un detalle de los que nos molan siempre, la foto cutre de Roldán y sus calzoncillos blancos corriendo detrás de las prostitutas. en una habitación cutre en la que no hacía falta ninguna imaginación para poder adivinar el resto de la escena. Corrupción hemos visto demasiada desde entonces. La del escándalo semitapado del PSOE con el Tito Berni la más parecida a la foto aquella pero ahora la de Koldo y Ábalos y Marlaska y Armengol y Ángel Víctor Torres y Begoña y Aldama y ese largo etcétera promete batir récords de cutrez y eso da esperanza en que este gobierno de amnistías inconstitucionales, pactos infumables y desastre económico se pueda ir pronto. Quema más lo cutre que el número de pellones.


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