domingo, 31 de marzo de 2024

Primavera efímera

Llegan en los días previos a la Semana Santa, invaden la ciudad, se expanden como masas de plasma, petróleo colorido que se cuela por todos los rincones de calles, plazas, bares y terrazas. Dan color de sonrisa, melodía de alegría y aroma de alborozo a los días. Llueva o truene inundan de sonido, luz, ritmo y ambiente a las noches habitualmente oscuras, silenciosas y hasta un tanto tenebrosas de una ciudad acostumbradamente vacía de aquellos de sus nacidos que están en la mejor de las edades. De repente una mañana salimos a la calle y Zamora es otra, la vida llamando a la vida.


Cantan los pájaros de amanecida como cantan besos y abrazos en los reencuentros a la hora del vermú, en el tardeo sin fin, en las largas y no menos efímeras que eternas horas de la noche que en nuestra semana grande siempre ha sido noche iniciática y de confirmación en esos años en que no hay espacio ni tiempo para la nostalgia. La vieja ciudad renace con las vacaciones. Resucita, con fuerza abrumadora, retadora y casi insultante en las fechas de la Pasión. Ciudad, aquí tienes a tus hijos. Vuelven de su  huida forzada de este desierto, de su peregrinar por territorios más fértiles de oportunidades y promesas de futuro, a la tierra a la que pertenecen pero difícilmente volverá a acogerlos nunca con carácter de continuidad.


Nos llegan, nos transforman, nos reviven y aún así, a veces, parece que nos incomodan pese a la brevedad de su estancia. Quizás se baten sin cuartel el sentimiento colectivo de culpa por no haber sido capaces de construir mejores realidades y esperanzas y la satisfacción individual por esas vidas creadas, que vuelan para crecer y que vuelven cada cierto tiempo a mostrarnos que no todo lo hicimos mal. Que mientras hay vida hay esperanza y que puede que un día de ellos venga la redención.


Regresan de todas las edades, pero brilla esa generación de la que durante buena parte del año Zamora carece. Ese abismal vacío de vida entre los dieciocho y los veintimuchos se cubre con caras, nombres y apellidos familiares en estos pocos días en que los que vienen, se quedan y se hacen ver. Aunque solo por esto fuera todo esfuerzo es justificado por proteger, respaldar y mantener nuestra Semana Santa. Verdadera esencia de una provincia cuyo carácter sintoniza tan bien con el espíritu de  sufrimiento, pasión y muerte como se olvida de la necesidad vital de abandonar la resignación y creer y luchar por la resurrección.


Todo pasa y no todo queda. De repente una mañana salimos a la calle y Zamora es otra. Los que quedamos caminamos más despacio, se agitan menos los brazos, las cabelleras no ondean al viento, las voces hablan más bajo y menos cantarinas. Los bares cierran, las terrazas se encogen. La vida fluye con desgana, la sangre se ralentiza, el silencio recupera su espacio. El aire, aunque empiece abril, huele mucho menos a primavera.


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