domingo, 24 de marzo de 2024

Resucitar a un muerto

No, aunque estemos en los albores de la Semana Santa no estoy refiriéndome a la muerte y resurrección de Dios hecho hombre, Jesucristo, que, uno y trino, resucitó por sí mismo y no por mediación de otros. El muerto al que otros están resucitando es solo un hombre, se llama Carlos, nombre con origen en las lenguas germánicas escandinavas en las que era Karl y cuyo significado es precisamente ese: “hombre”. 


Puigdemont escapó escondido como un cobarde -o un listo- en el maletero de un coche. A enemigo que huye puente de plata -o cofre de chapa-, debieron pensar  quienes recibieran la información de las fuerzas de seguridad o los servicios secretos y en lugar de impedirlo dejaron que se fuera a cruzar la frontera. Mientras la justicia actuaba aplicando las leyes vigentes, aún en su grado más suave, condenando por sedición y no rebelión a los líderes del proceso independentista, Puigdemont comía mejillones en Bélgica y veía por la tele cómo Junqueras y otros redimían yendo a la cárcel su delito contra la sociedad y la democracia.


Allí fue ganando canas, perdiendo fuerza y respeto y languideciendo como un líder cobarde que abandona a sus tropas y a sus gentes pero amparado aún en una de esas paradojas legales que, por no haber sido juzgado, le permitía seguir gozando de los privilegios de ser Eurodiputado hasta junio de este año. Políticamente muerto a partir de esa fecha de no haber sido que alguien decidiera aprovechar la aritmética de las urnas del 23-J para mantenerse en el poder sin que le temblara el pulso para quebrar consensos, principios, juramentos propios y Constitución.


Y por ese arte de birlibirloque en el que a veces se convierte la política Puigdemont no solo ha resucitado políticamente sino que parece más alto, más guapo y más simpático. El hombre del independentismo ha vuelto y lo hace como líder eufórico que se sabe dueño de la caja de Pandora que puede desatar todos los males para aquellos que de él dependen. Va a marcar el guión como lo lleva marcando desde hace meses y llegando hasta allí donde nadie pensaba que iba a atreverse con su osadía. Que se ríe de todos no lo dudamos y que va a seguir haciéndolo nos lo tememos. Ya pasó su travesía del desierto, comió carne de perro para llegar a su norte geográfico pero, al menos de momento y desde luego durante los próximos meses la única brújula es la que el tiene en la mano.


Como del Karl escandinavo el nombre pasó al Carolus romano antes del Carlos y Carles de las lenguas romance, quizás alguien cuando escriba la historia de estos tiempos pequeños, interprete que no otros, sino estos, son los tiempos que dan significación a la famosa expresión de “cuando reinaba Carolo”, desbancando a Carlos II o incluso a Carlomagno. Hay que reconocer que por mérito propio y demérito ajeno, Puigdemont renacido reina y gobierna desde Waterloo con plenas potestades en esta España nuestra de presente oscuro e incierto futuro. Como un mono con una metralleta se lo va a pasar Carles, incluso a costa de quien se la ha dado.


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